Este verano es noticia el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, en Cantabria. El motivo es que han acogido un osezno felizmente decomisado por la Guardia Civil de Zaragoza. Todo comenzó el pasado 4 de junio, cuando dos motoristas de la Guardia Civil de Zaragoza dieron el alto a un coche de alta gama que circulaba por la A-2 en dirección a Madrid. Al volante, un ciudadano rumano. En el asiento del copiloto, otro compatriota, ambos treintañeros. En el maletero del vehículo, un transportín para mascotas y, dentro de esa jaula, la diminuta cría de plantígrado.
El osito, del que se incautó el Seprona (Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil), pasó dos semanas en el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de La Alfranca, en Zaragoza. Llegó desnutrido, deshidratado, con diarrea y con heridas en las manos. La misión de ese servicio veterinario es curar, rehabilitar y liberar a los animales salvajes que recibe, pero en el caso del osezno, su reintroducción al medio natural era inviable. El Gobierno de Aragón decidió cederlo al parque de Cabárceno, que, con 70 ejemplares, es la mayor reserva de osos de Europa y que acogió a la nueva cría el 17 de junio.
Es precioso, sí, pero observarlo es un placer muy relativo. Bajo su mullida piel, se revuelve de ansiedad por el trauma de una orfandad prematura y de un secuestro que lo han incapacitado para la libertad.
Cuando alguien se aproxima, el cachorro se pega a la verja y se chupa frenéticamente una mano, a la par que emite un ronroneo como si se hubiera puesto en marcha un motorcito oculto en su interior. «Está estimulando la secreción láctea de la madre», traduce el director de Cabárceno, Miguel Otí. Pero no hay madre a la que motivar. Fue separado de ella de forma violenta a los pocos días de nacer y cayó en manos de traficantes.
El cachorro de oso pardo tiene seis meses de vida y debería haber alcanzado los 15 kilos. Sólo pesa la mitad. Está raquítico. Necesita un compañero de juegos, pero es imposible. Los oseznos más pequeños del parque pesan un mínimo de 15 kilos. De un solo manotazo, «lo deslomarían», advierte Santiago Borragán, el veterinario que se encarga de cuidarlo.
'Aragón' está solo, en un recinto de cuarentena que se reserva para animales enfermos o en fase de adaptación, para estancias cortas. Debido al uso para el que fue concebido, no es un espacio muy atractivo. Carece del encanto del resto de Cabárceno, tan verde y salpicado de rocas. Es un habitáculo tristón, reducido, con el suelo cubierto de piedrecillas, para poder desinfectarlo fácilmente. Está cerca de las oficinas del parque. «Ahí podemos controlarlo y tenemos acceso a él», afirma el veterinario.
Llaman la atención dos carteles en los que se explica la historia de la cría, víctima del contrabando. «El recinto rompe la filosofía y la estética del parque. El hecho de que el osezno esté ahí es una excepción y hay que explicárselo al público. De hecho, no debería ser visitable, pero, con las modernas funciones de educación medioambiental, hemos querido informar a la gente de la barbaridad que supone separar a un animal de su entorno natural. El oso pardo es una especie en extinción y, si transmitimos ese sentimiento de pena hacia lo que le ha ocurrido a 'Aragón', es para que no se repita», señala Borragán.
La supervivencia de la cría no está garantizada. «Sufre un problema metabólico y es muy difícil de valorar el riesgo que corre. Lo lógico es que no haya complicaciones, pero pueden surgir imprevistos», explica el experto. El destete precoz «es muy traumático». En condiciones naturales, no debe ocurrir hasta que el cachorro cumple el año y medio de vida.
Vínculos emocionales
«No nos planteamos soltarlo. No es lógico. Pertenece a una subespecie distinta a la del oso pardo de la Cordillera Cantábrica. Viene de algún bosque de los Balcanes. En España no podemos liberarlo, y hacerlo en su hábitat, que tampoco se puede precisar, implicaría todo tipo de autorizaciones muy complejas. Además, debido a su dependencia del ser humano, en quince días lo tendríamos hurgando en los cubos de basura a las puertas de las casas», argumenta Borragán.
El cachorro deberá pasar un mínimo de tres meses en la estación de cuarentena. Si terminado el verano ha ganado un peso aceptable, será trasladado al recinto de adaptación de los osos. Allí seguirá solo y desaparecerá su relación con el hombre, pero tendrá contacto visual, olfativo y auditivo con los otros plantígrados. Estará separado de ellos por una valla electrificada. Cuando cumpla tres años, podrá integrarse con los demás. Para entonces, deberá pesar entre noventa y cien kilos y ser capaz de defenderse por sí solo.
Desde el principio, 'Aragón' «se mostraba cariñoso con nosotros, pero, como había sufrido maltrato, no se dejaba acariciar. Ahora ya hay reciprocidad, nos responde. Supongo que tenía dependencia de los rumanos y ahora la tiene con nosotros. Nos conoce por la voz. La dependencia emocional del ser humano se mantiene, pero procuraremos limitarla cuando sea más mayor. No es buena para su integración». En su caso, el vínculo no es tan grave porque no habrá suelta y porque es el único paliativo para su soledad. Han probado a meterle en el cercado botellas de agua vacías y pelotas de goma para que se entretenga, pero no parece suficiente. Cuando se queda solo, emprende interminables carrerillas de ida y vuelta, pegado a la valla, acompañadas de jadeos o de gruñidos lastimeros. Son estereotipias (tics) propias del estrés por el cautiverio que sufrió y muy difíciles de corregir. En Cabárceno, el equipo veterinario ha conseguido curar las tres heridas que 'Aragón' tenía en la mano derecha. «Estaban infectadas y no respondían a los antibióticos, pero después de varias pruebas, por fin han cicatrizado». La leche que tanto echa de menos, no podrán dársela. Si no es la de la osa, hay riesgo de diarreas. El cachorro recibe una «dieta cara», basada en piensos muy específicos para un ejemplar con deficiencias nutricionales y en la fruta estacional que hubiera comenzado a comer en su hábitat natural.
Cuando llegó a Cabárceno, «lo que me llamó la atención es que no era nada ansioso por la comida, no era voraz. No tenía la actitud de un animal salvaje, que lo devora todo para que otro no se lo quite. Ahora hemos conseguido que empiece a comportarse como debería. Le preocupa la comida, va directo a ella y no se enreda en jugar. Y ya no es selectivo. Come lo que hay», matiza Santiago Borragán. Si 'Aragón' sale adelante, será gracias al empeño del equipo técnico del centro de recuperación de Cabárceno. Podrá entonces vivir en semilibertad o, dicho de otra forma, en semicautividad.
Fuente: Paque de la Naturaleza de Cabárceno
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