Hoy os muestro una ruta que realicé hace unos días en el Parque Natural de Despeñaperros. Una salida que me encantó por la riqueza que encontré. Un recorrido por un auténtico bosque mediterráneo, que reúne unos valores ecológicos sobresalientes. Tanto es así, que es goza de un reconocido prestigio por innumerables naturalistas.
Además de albergar a numerosas especies animales, como el ciervo, el gato montés, el lince, la nutria o meloncillo y rapaces como el águila imperial, águila perdicera y real, azor o búho real, cuenta con una tremenda diversidad vegetal en el que abundan el alcornoque, el quejigo, roble, pino piñonero y resinero, espino, aliso, enebro, ciprés, etc.
Cuenta con varios endemismos como el Dianthus crassipens o la Centaurea citricolor, un cardillo exclusivo de Despeñaperros, en peligro de extinción que se adaptá muy bien a la climatología de la zona, clima Mediterráneo templado, con sequía y calor en verano e inviernos por lo general no muy rigurosos.
Mi ruta comenzó en el Centro de Educación Ambiental Puerta de Andalucía, al que os recomiendo una visita. Llevaba un par de años sin pasarme por este punto de información medio ambiental ubicado en la localidad jienense de Santa Elena.
Pregunté a las amables personas que atienden al público por una ruta para darme un buen paseo. No dudaron en indicarme la ruta del Barranco de Valdeazores.
El trazado consta de seis kilómetros setecientos metros, a los que tenemos que sumar los mismos de la vuelta. El recorrido parte junto a la Autovía de Andalucía, a unos doscientos metros del Restaurante Jardines de Despeñaperros. Para ello, tenemos que tomar la dirección a Andalucía, es decir, si estamos en el Centro de Educación Ambiental, debemos conducir en dirección Madrid para, en el primer cambio de sentido, girar nuevamente sentido Jaén. A doscientos metros de este restaurante, nos encontraremos una salida que presenta un camino de tierra en ascenso y una cancela. No hay modo de dejar el coche en la entrada, y tenemos que abrir la cancela, pasar el vehículo y cerrarla de nuevo.
Ascenderemos hasta la casa forestal de Valdeazores. Allí, tenemos sitio suficiente para aparcar. Podemos observar algunos perros que guardan la morada, atados eso sí, y algunas tímidas gallinas que corretean por el prado luciendo un lustre que hace pensar en la calidad de sus generosos huevos. ¡Sana envidia!.
Comenzamos a andar por una pista que sale desde la misma explanada donde hemos dejado el coche. En la primera parte nos encontramos con masas de pinos resineros y piñoneros. Se trata de una repoblación realizada en los años 50 y 60 con el objetivo de regenerar una zona deforestada.
Un grupo de cipreses dan paso al espectáculo que comienzo a divisar. Encinas, alcornoques, enebro, cornicabra, romero, jaras, dibujan un impresionante contraste de colores en esta época otoñal.
Camino por la ladera de solana y contrasta con la de la izquierda, cuya exposición en umbría muestra abundancia de esa especie más higrófila como es el roble y donde se asientan también numerosos quejigos que muestran las agallas del insecto “andricus quercustozae”. El piruétano es otra especie acompañante de éstos.
Me asombro de la belleza de los alcornoques
y continúo andando para divisar el arroyo de Valdeazores donde observo numerosos alisos, esa especie tan importante por se fijadora de nitrógeno atmosférico . Esta capacidad la obtiene gracias a que en sus raíces cuenta con unos nódulos que actúan por simbiosis con el hongo Actinomices alnii. Producto de esta fijación de nitrógeno se convierte en un gran mejorador de suelos. Fresnos, castaños, sauces, adelfas y tamujos, acompañan al alnus glutinosa en sus deferentes bandas.
Y los madroños, bellísimos
Los quejigos
Después de un buen tramo en ligero ascenso, se llega al primer cruce, donde debemos tomar la dirección que nos indica “Castillo de Castro Ferral”.
Unos metros más delante, tomaremos el desvío hacia el “Collado de la Aviación”.
En realidad estamos adentrándonos en la ladera que antes veíamos a la izquierda. Descendemos alrededor de un kilómetro para, enseguida comenzar el ligero ascenso hacia el Collado de la Aviación.
Mucha atención cuando nos encontremos esta señal en el monte.
Descendemos
Allí nos encontraremos con un pequeño fortín, al parecer, utilizado en la guerra civil.
Siguiendo el camino, tomaremos un pequeño sendero, perfectamente señalizado por unas piedras que lo bordean. Descendemos para introducirnos en el mirador desde el que contemplamos unas majestuosas vistas del cerro de los órganos, desde el que se contempla todo el desfiladero de Despeñaperros.
Contemplando este paisaje uno recuerda que aquí se libró la famosa batalla de las Navas de Tolosa, allá por 1212.
Y recuerda también que estas sierras sirvieron de refugio a bandoleros como José María “el Tempranillo”. Esta zona fue temida para aquellos que osaban atravesarla por los asaltos. Por ello, Carlos III, ordenó que fuese colonizada. Así, surgieron poblaciones como Santa Elena (en cuyo término municipal se encuentra el área protegida del Parque Natural.
Si nos fijamos, podemos contemplar los buitres leonados que sobrevuelan este espectacular paraje.
Sinceramente, y para estar acostumbrado a campear por los pinares de madrid y las dehesas de encinas, fue un paseo increíble.
Los grupos de ciervos que pude ver, pusieron la guinda a esta magnífica excursión. En la imagen inferior, excrementos de éstos.